Cuántos muchachos coleccionistas de teorías, filósofos y cultores de una arrogancia de niño inseguro he visto. Hablan de genética, antropología, política, filosofía y mil malabares mentales, alejándose a años luz de lo noble y sencillo, pero no menos importante:
Apoyar los pies en la tierra y cumplir un rol para alguien y para sí mismos.
Tener un propósito y cumplir el deber con honor. Comprender y encarnar este rol vital y desarrollar las propias virtudes para fortalecer a los nuestros. Ser un fuego de virilidad que quema la putrefacción del mundo con su sola existencia, al mismo tiempo que ilumina el camino, da calor y ahuyenta a los intrusos.
Cosa tan sencilla la de ser un hombre y cumplir un rol… hoy se hunde en el abismo de la dialéctica propia de la posmodernidad, que arrastra incluso a quienes dicen tener un pensamiento tradicional. Esos niños aislados en departamentos con colecciones de juguetes, o leyendo a Marco Aurelio y señalando errores desde sus computadoras. Hablan de cómo debe ser todo, pero no ponen nada en práctica. Mentes ideológicas y afeminadas, que crían gatitos, compran ropa y se toman fotos compulsivamente.
Hablan de Blut und Boden (Sangre y Suelo) y no saben encender una motosierra, ni entender una situación sin personalizarla. Incapaces de funcionalizarse, viven una vida ficticia proyectada en sus redes, desprovista de verdadero significado.
Los hombres verdaderamente viriles siguen la vía del héroe, un camino de servicio. Son ajenos a la astucia de los nihilistas dialécticos y están en el campo de la acción, no pierden el tiempo con fantasías.
Transitan esos caminos del héroe que los llevarán a convertirse en un verdadero Paterfamilias, Homo Conditor o Caudillo. Hoy más que nunca necesitamos héroes, mentores y ejemplos reales (aunque imperfectos). No solo figuras estéticamente atractivas como Lord Byron, sino también la gente cercana, con su luz y su sombra.
¿A dónde van? ¿A qué aspiran? ¿A viajar como niñas ricas creyéndose aventureros? Se rinden al nihilismo de una experiencia vacía tras otra, dando por hecho que “disfrutar” es el fin último. Ese nihilismo es tan hueco como la vida de un magnate que compra vivencias: la única diferencia está en el precio.
Buscan mujeres y amigos que “pasen el rato”, acomodándose a su mediocridad. Pagan muy caro la supuesta libertad de no tener hijos; ese falso confort los destruye hasta convertirse en polvo, dejando de su sangre lo mismo que un progresista: nada.
Progresistas y anti-progresistas son lo mismo en acción; solo cambian las palabras. Porque en los hombres lo que importa son las acciones.
Los jóvenes hoy sufren un individualismo que los carcome, con miedo a la responsabilidad disfrazado de bondad. Su mundo cabe en un cubículo mental y no entienden que la verdadera superación surge solo a través del servicio.
Eres más fuerte para ser más útil. ¿Útil a quién? A los tuyos. El bien común a largo plazo es el bien propio, pero requiere discernimiento y purificación de la debilidad para no servir al egoísmo. Solo las espaldas anchas de hombres fuertes pueden contener el peso del deber. La vida con propósito trascendente no es para débiles.
Los jóvenes evitan tener hijos por temor al costo; prefieren gatos u otras sustituciones, justo lo que desea la élite financiera mundial: despoblar y atomizar comunidades, instalando un individualismo transhumanista que facilite el control total.
La propaganda del “establishment” busca la atomización y la despoblación mundial: hombres sin lazos de sangre, insectos sociales, separados y bajo control. Árboles sin raíces que caerán para alimentar su maquinaria.
Los rebeldes de hoy son quienes buscan perpetuarse sobre las ruinas, guardando el mito de la sangre. Si quieres un mundo mejor, búscalo, conquístalo, créalo. Los guerreros luchan en cualquier tiempo.
La familia es la primera y última fortaleza. El rol del padre y el sacrificio del sacro oficio lo desarrollan y elevan al hombre, siempre que mantenga coherencia en su accionar. La misión práctica del padre es fortalecer equilibrada y sanamente a sus hijos.
Para tener hijos sanos, investiga la alimentación y descubre el veneno que consumen a diario. Quien no actúe quedará atrapado en la incoherencia, afectando a su familia. Si tienes hijos no tienes salida: o trabajas por su salud o en su contra.
Eres responsable de mejorar o empeorar a otros, incluyendo a ti mismo. De ti depende la creación del futuro. Al relacionar industria alimenticia y farmacéutica, verás el doble engaño: venden veneno y luego la “cura” para alargar la enfermedad.
Deberás aprender a curar y formar mentalmente a los tuyos, con disciplina y sin miedo. Un resfrío no es la muerte, es reparación. Practica artes marciales, ejercita junto a tus hijos: el entrenamiento es metáfora de conquista y deja huella en su memoria.
En lo cultural, acompaña su desarrollo intelectual y limita dispositivos electrónicos si no quieres que dependan de ellos. Ser padre te obliga a formarte para formarlos, y a no alimentarlos con “comida de mierda” que los hace adictos.
Debes cambiar el mundo para darles un futuro. Mantén visión positiva, disciplina, orden y estilo. Amplía tus capacidades, mejora técnicas y tu comprensión de la mente de los hijos. Aprende siempre.
Los hombres que interioricen estos puntos asegurarán el futuro de su sangre y forjarán clanes, confederaciones y tribus: el resurgir colectivo de nuestra estirpe.
— Gabriel Grasso